Quien decide sentarse durante las casi dos horas y media que dura este largometraje, estrenado en 2007, es testigo de un canto desgarrador.
Nos narra la historia real de Christopher McCandless, un joven que, cansado de la vida que lleva, decide adentrarse en un viaje hacia sí mismo. Lo que comienza siendo el relato ligero de una familia bien situada de los Estados Unidos, va convirtiéndose, paso a paso, en la odisea de un ingenuo para unos o un héroe impávido para otros.
El protagonista abandona su casa y su vida, plagadas de comodidades, presa de un vacío existencial que convierte su realidad en un sinsentido. Como ruptura con un mundo que lo asfixia y que cada vez entiende menos, Christopher se lanza a un viaje que lo lleva hacia la naturaleza más salvaje en un intento de alcanzar Alaska. Un intento que lo pone al límite de sus posibilidades en muchas ocasiones y que lo obliga a reinventarse continuamente. En ese viaje va a recorrer no solo parte de la geografía de los Estados Unidos, cargado con una mochila y viviendo casi de la providencia y la buena voluntad de quienes se encuentra, sino que va a hacer un recorrido por su propia historia. Es esta la que va a ir desvelándole las claves de aquello que ansía hasta que, en una casi revelación, comprenda que la felicidad (que tanto anhela) solo es real cuando se comparte. El silencio, la soledad y la dureza de una naturaleza que no es lo que esperaba, irán haciéndole crecer.
Merece la pena ver la cinta, no sólo por el relato que nos narra sino por la espectacular fotografía con la que nos deleita. Quizás te guste la historia de McCandless, quizás te cautive y te lleve a cuestionar tu propia existencia. O tal vez se te presente como un muchacho iluso y desequilibrado. Pero sea como fuere, si de algo estoy segura es de que no te dejará indiferente. Compartir su historia es dejarte interpelar, preguntarte cuál es tu lugar en esta sociedad globalizada, opresiva y seductora en la que nos hallamos inmersos. ¿Estás dispuesto a emprender tu propio viaje?