Leer a Mahmud es viajar. Pero no es el viaje con el que todos soñamos. Es un viaje que, aunque en su caso tiene un final feliz, se convierte en un infierno para miles de personas. Un viaje que deja a demasiados por el camino, que rompe muchos más sueños de los que aquí, en los países que aguardamos sin aguardar, podemos imaginar. Un viaje que otros muchos, a lo largo de la historia, han tenido que hacer desde multitud de lugares debido al descuido, al egoísmo o al olvido de otros que ignoramos lo que hay más allá de nuestros sillones.
Este es un libro que todos en Europa deberíamos leer, más aún en estos tiempos en los que parece que las fronteras pretenden hacerse infranqueables y los muros nos hacen dibujar un mundo que dista mucho del que realmente habitamos. Quizás si todos leyésemos a Mahmud nos sentiríamos un poco menos dueños de la tierra que pisamos. Su historia es la de muchos otros a los que no ponemos nombre. Muchos que no importan para muchos. Es el viaje ahogado de casi un niño que quiere vivir. Es una historia entre cientos de ellas pero una historia que es imposible ignorar. No puede mirarse a los ojos a su protagonista y volver la mirada. No puede escucharse su relato y seguir como si nada.
Con Mahmud recorreremos la distancia que separa Senegal de España. Una distancia que para unos supone una horas en el asiento de un cómodo avión y que a él le llevó varios años vagando por distintos países del norte de África. A lo largo de este recorrido conocemos la cara amable de muchas personas, barrios, comunidades... pero también la más amarga. Aquella que abusa, roba, estorsiona e hiere a los más desfavorecidos. Conocemos la amistad, la hermandad, el amor, el esfuerzo, la solidaridad. Pero también el dolor, el desánimo, el desaliento, el desgarro, la injusticia, la muerte. Es un libro duro, que no recrea mundos ideales ni escenas idílicas y, a pesar de ello, uno puede encontrar destellos de una belleza que, en realidad, define a la humanidad. Es precisamente aquello que nos hace más humanos, aquello que más nos une, lo que más nos llega al alma. Y entre las páginas de este libro, si hay algo que podemos respirar, es el alma de quienes lo habitan.
Un libro para sentirse inmigrante y conocer, en primera persona, el relato de todos aquellos que no pueden elevar la voz y contarnos quiénes son, qué hay detrás de esos rostros, de esas palabras y esos gestos. Partir para contar es mucho más que un libro. ¿Lo vas a dejar pasar?