Sonrisas celestes nacidas a años luz. El eco de conversaciones que se pierden en el suave cantar de las dunas. Susurros en las jaimas vecinas. Un motor intruso en un paraíso explotado. Gélida brisa que sabe a fuego. Manos negras. Espasmos. Dos cuerpos yacentes. La expedición de una tierra salvaje, desconocida. Nervios. Deseos controlados, incontrolables. Una jungla espesa que cubre las ideas. Dos ventanas que se abren en la oscuridad. La luz incandescente que brota de ellas. Piel desnuda, al descubierto. Sendero de venas que bombean sin descanso. Fibra. La aspereza de unos pies peregrinos, errantes. Fusión. Dulce dolor que protege el empíreo. Silencio. Inspiración. Un pecho que se hincha. Pausa. Un oxígeno viciado, celoso. Un latido austral, profundo. Firme. Acompasado. Gemidos ahogados, discretos. Un botón en una espalda que sostiene el mundo. Ritual ancestral de fértiles caricias. Sacralización de lo mundano. Calor. Basilisco de sangre que siente y espera. Contenido. Cargado. Éxtasis. El universo ardiendo en un segundo, arropado por unas mantas sostenidas por palos y cuerdas. La historia entera de la humanidad en unos granos de arena. El baile seductor de dos caderas encontradas, convulsas. Contracción. Temblor. Unos ojos que se vuelven a un cielo que se puede tocar. Parálisis. Agitación. El estimulante calambre que da el vigor. La grata quemazón que deja en el cuerpo. Placer. Satisfacción. Quietud. Labios prisioneros de otros labios, rendidos. Equilibrio. Sopor. Trino de pájaros que no vuelan en las noches del desierto. El desierto. La noche. Aziz.